“¿Qué hacer?”: Entrevista a Mario Tronti

Pensamiento, política, vida, comunismo • Por Roberto Ciccarelli

Publicado en • Última modificación

El Lissitski, Locutor (1923)

El Lissitski, Locutor (1923)

Original en italiano: Il Manifesto, julio de 2021 / Traducción: Dazi Bao

La revolución está en el exilio, pero busca la claridad del día en su noche insomne. Con noventa años cumplidos el pasado miércoles 21 de julio [de 2021], Mario Tronti cultiva la tensión política que ha atravesado la vida de uno de los más grandes filósofos políticos contemporáneos. Un trabajo incansable.

Rossana Rossanda escribió La ragazza del secolo scorso [La muchacha del siglo pasado]. En su autobiografía, Pietro Ingrao escribió Volevo la luna (Quería la luna). ¿Qué piensa Mario Tronti a los noventa años?

De todo, menos escribir un libro autobiográfico. Soy alérgico a esa forma literaria. He leído muchas autobiografías y algunas incluso me han apasionado, como esas que mencionás. Pero, entre otras cosas, Rossana y Pietro eran personalidades públicas muy conocidas y reconocidas, habían sido protagonistas de acontecimientos, tenían mucho que recordar y que contar. Yo soy una personalidad pública ignota, no tendría para transmitir ningún recuerdo que sea de interés, a lo sumo algún título de revista o de periódico, y un único libro juvenil de éxito, que ha tenido, por hacer una comparación arriesgada, el mismo destino que el Salinger de El guardián entre el centeno: luego sos eso y nada más.

Obreros y Capital...

Sí. Siempre recomiendo: no escriban de jóvenes un libro exitoso, porque se quedan para siempre aprisionados en un único casillero.

La fuerza de las narraciones de Rossanda e Ingrao deriva, creo, de la coincidencia entre sus experiencias políticas personales y la lucha por el comunismo a lo largo del siglo XX. Vos también reflexionaste mucho sobre la grandeza de ese siglo. ¿De qué modo leés hoy tu vida y su relación con la política?

Mi autobiografía debería leerse, en su totalidad, en mi escritura que, al mirarla a la distancia, ha sido incluso excesiva y obsesiva. Pero para comprender correctamente el recorrido de vida política e intelectual, es necesario ordenar cronológicamente no solo los libros y los ensayos, sino también, entre un libro y otro, entre un ensayo y otro, artículos, discursos, intervenciones, entrevistas. Todos ellos tienen en común el mismo estilo de escritura, que refleja una misma forma de pensamiento. Todos caminan sobre la misma cuerda, que, antes que buscar la coherencia, apunta al objetivo de la eficacia. Y esto se debe a que se trata de un discurso totus politicus, llevado a cabo desde un mismo punto de vista parcial, crítico con todo lo que existe, orientado al derrocamiento del orden de las cosas y, sin embargo –y sé que este es el dato menos comprendido–, medido siempre en función de la obligación ofrecida una y otra vez por la contingencia. Me gustaría que la discusión fuera sobre esto.

En un reciente debate sobre la herencia y la actualidad del obrerismo, Antonio Negri habló de un “Enigma Tronti”. En tu obra habría una tensión irresuelta entre el conflicto entre estar dentro y contra el capital, que nos enseñaste en Obreros y capital, y estar dentro del partido (comunista) con la propuesta de la autonomía de lo político que domina el capital. ¿Te reconocés en este enigma?

Lo que es nombrado como un enigma debe ser leído como un recorrido. El obrerismo cubre una etapa muy breve de mi investigación. Hay un antes y un después. La experiencia obrerista me ha proporcionado un método de base: el punto de vista parcial. De ahí, luego, la aplicación a los contenidos: no solo la fábrica y la sociedad, sino también la política y las instituciones, la historia y la contingencia, y más aún, la propia forma de existencia, que exige, aquí sí, coherencia entre tu vivir, tu actuar y tu pensar. Coherencia activa, no repetición banal, sino continuidad y saltos, nunca desgarros y abjuraciones, sino adaptaciones libres al cambio de las condiciones objetivas. Siempre he hablado de una sociedad dividida en dos, en todo momento y de diversas formas. Por eso me ha fascinado la irrupción del feminismo de la diferencia y lo he seguido con gran curiosidad intelectual. La idea del dos que rompe el eterno uno masculino del ser humano ha sido una ruptura teórica del paradigma emancipatorio en el camino de la liberación femenina. Luego está el discurso más general. La política moderna no es polis, no es ágora, como gusta tanto y se dice alegremente. Es relación de fuerzas, es potencia contra potencia, es pertenencia a un campo contra otro campo. Quien no lo haya entendido, diría Weber, en términos políticos es todavía un niño. Y, francamente, termino prefiriendo a quienes fingen ser niños antes que a quienes realmente lo son. Cuando hacés política, en realidad estás llamado a dominar al demonio de la historia, porque tenés que lidiar con la kantiana madera torcida de la humanidad. La gran historia del movimiento obrero nos ha enseñado que se puede hacer esto, que se debe hacer esto, sin guerra. Quienes concibieron la lucha de clases como violencia se equivocaron radicalmente, ya fueran líderes, regímenes o grupos. Es necesario utilizar la civilisation burguesa para imponer la Kultur obrera, muerta en la cruz en su Viernes Santo, pero que necesita su Pascua de resurrección, reencarnándose en el mundo del trabajo hoy fragmentado, disperso, olvidado, alienado y, sin embargo, vivo. Esto no sucederá por la espontaneidad del abajo: este es mi rechazo a todo luxemburguismo. Es un mundo que debe ser reunificado socialmente, subjetivado políticamente, motivado pasionalmente, rearmado teóricamente. He aquí la claridad del día que veo en la noche insomne de mi pesimismo antropológico.

Lenin escribió ¿Qué hacer?: ¿cómo se responde, hoy, una pregunta similar?

El “qué hacer” leniniano lamentablemente desapareció demasiado pronto, al igual que, en mi opinión, se renunció demasiado pronto al experimento. Setenta años son un suspiro en la “larga duración” de los procesos históricos. Quizás habría sido necesario resistir y saber cambiar radicalmente, pero los reformadores de allí, como por otra parte, lo sabemos bien, los reformistas de aquí, no fueron y nunca serán más que débiles cocineros de recetas para la cocina del presente, inevitablemente arrollados una y otra vez por el choque de las cosas. Más bien asumamos las culpas –inmensas– del movimiento obrero occidental que, para no hacer entonces “como en Rusia”, terminó haciendo “como en Estados Unidos”. Basta mirar a los indignos herederos de hoy: todos locos por Biden, como ayer por Clinton y Obama. Ya no es norteamericanismo y fordismo, sino norteamericanismo y atlantismo. Recuerdo con nostalgia las discusiones infinitas, en el Instituto Gramsci y en otros lugares, sobre el concepto de transición, como paso del capitalismo al socialismo, con los textos de Dobb, Sweezy y Schumpeter en la mano. Hoy se habla de transición ecológica, de transición digital, se crean nuevos ministerios para ello. Así pues, una izquierda que llegue al gobierno debería, en primer lugar, crear un ministerio para la transición política de esta formación económico-política social a otra, opuesta. Revolución y reformas no deben ser contrapuestas como en el pasado. Solo con la amenaza de superar eso que antes se llamaba el orden establecido, no proclamado a gritos, sino practicado con relativa fuerza capaz de alcanzar el objetivo, obligás al adversario a conceder reformas del sistema a favor de tu parte. Esto ocurrió en los “treinta años gloriosos” del siglo XX en presencia de la maldita URSS. Paradójicamente, hoy se está repitiendo algo similar. Se abre, se concede, porque el miedo sigue viniendo de Oriente, en competencia económica, tecnológica e ideológica. Lo llaman autoritarismo presente, pero en realidad le temen por lo poco que recuerdan de un pasado que no pasa.

Sin embargo, el pasado que no pasa es espectral y cuesta abrirse al porvenir. ¿Qué propósito tiene el “¿qué hacer?”?

Por desgracia, la propuesta de un nuevo “¿qué hacer?” se encuentra actualmente en graves dificultades. Por regla general, esto se dirige a un sujeto antagonista que ya está en el campo. Exactamente lo que falta. Vivimos en finsteren Zeiten, “tiempos oscuros”, como aquellos de Brecht. Con una diferencia sustancial: que también son tiempos artificialmente iluminados, que ocultan la noche con la luz de las farolas. Pero la noche está aquí, incluso de día, solo que no se ve. Las luces del mundo moderno y posmoderno, el más avanzado que ha existido jamás para la humanidad, son cegadoras. Y no basta una pandemia para apagarlas. Al contrario, esta puede ser una oportunidad para sustituir, como creo que está ocurriendo, las viejas lámparas por otras más potentes. En el mejor de los casos, hemos retrocedido de Lenin a Marx, de la revolución que hay que organizar con acciones decididas a la revolución que hay que desear con pensamiento fuerte. Imposible el “qué hacer”, sigue siendo posible un “qué pensar”. Esto no nos lo pueden quitar. Y quizá haya que partir de ahí. Pero debemos ser conscientes de que vivimos como exiliados en la propia patria.

¿Qué significa esto?

En este momento, me parece que el exilio es una categoría más adecuada que la de éxodo. Porque nosotros, que queríamos “cambiar el mundo”, ahora somos como emigrados internos, con derechos pero sin reconocimiento, en sentido hegeliano, confinados dentro de este mundo que ha cambiado por su cuenta, el mundo del mercado y del dinero, de la tecnología encaminada hacia resultados poshumanos, de la comunicación en el lugar del pensamiento, del individuo sin persona, de la masa sin pueblo, del pueblo sin clase. Y me detengo aquí, esperando poder dar vuelta este discurso aparentemente cerrado, deliberadamente antiprogresista, en el resto de nuestra conversación.

Hagámoslo entonces. ¿Cuáles son las otras preguntas que se plantea hoy un comunista?

Debe plantearse muchas. En primer lugar: ¿podemos seguir llamándonos así? Respondo inmediatamente que sí, e intento argumentarlo, pero a mi manera. Para quien se encuentra viviendo, mal, a disgusto, en conflicto, dentro de una sociedad capitalista, el comunismo es irrenunciable. No encuentro otra palabra, otro concepto, otra posición, no solo política sino en términos generales humana, que exprese con tanta precisión fundada el estar en contra. Es cierto, la crítica marxista de todo lo que existe no goza en la actualidad de buena fortuna. En el ámbito de la protesta prevalece la crítica a algunas de las cosas que existen y que no funcionan. Una crítica que hay que asumir una y otra vez, pero que siempre hay que inscribir en el contraste con la totalidad sistémica. De otro modo, cada una de esas cosas separadas es más o menos fácilmente integrable en la lógica de un funcionamiento ordenador que, por su naturaleza, se basa en cambiar para conservar.

¿Por qué comunistas y no socialistas?

No creo que socialismo sea una palabra más utilizable que comunismo. Quizás da menos miedo. Pero eso no es una virtud, es un defecto. Creo saber con certeza una cosa: que solo los comunistas han dado realmente miedo a los capitalistas. Nadie más: ni los sesentayochistas, ni los movimientistas, ni los obreristas, ni los autónomos, ni los grupos, y mucho menos los armados que, desgraciadamente, han embarrado al final ese nombre. Los comunistas promovieron, en la práctica y no solo en la teoría, el “asalto al cielo”, en un intento por construir el socialismo, aunque fuera heroicamente en un solo país, y con la puesta en marcha de un bloque de poder que hizo temblar, por primera y quizás por última vez, los cimientos del dominio capitalista mundial.

Fracasaron, cometieron más de un error en el intento, rodeados y combatidos, pero eso no es la prueba del fracaso de una idea. Los socialistas, convertidos en demócratas, ni siquiera lo intentaron. Para derrotar aquel asalto fue necesaria una tercera guerra mundial, la guerra fría, absolutamente caliente desde el punto de vista ideológico.

Dijiste alguna vez: “Pensar extremo, actuar cauto”. ¿Qué significa esto hoy, en un momento en el que, como escribiste en Dello spirito libero [Sobre el espíritu libre], “ya no hay necesidad de esperar que se pueda derrotar al enemigo definitivamente”?

Habría un inmenso hacer urgente: esta es la esperanza, la utopía concreta de Ernst Bloch en la época de todas las pasiones apagadas. La desesperación es que no está a la vista quien lo haga. “Pensar extremo, actuar cauto” debe ser leído así. Así debe leerse mi controvertida, y por lo demás siempre marginal, posición política. Miro hacia donde veo un mínimo de posible fuerza actuante. No solo de la idea del comunismo, sino también de la práctica de la organización de los comunistas, aprendí de una vez por todas que el minoritarismo no sirve. Te tranquiliza con la conciencia de estar en lo cierto. Pero yo no tengo que responder ante mi conciencia, tengo que responder a las necesidades de mi parte. Mi elección de campo no es ética, es política. El discurso sobre la autonomía de lo político es otro paso, después del obrerismo, y precisamente como consecuencia de esa experiencia. Allí me di cuenta de que, entre obreros y capital, en medio, había algo que impedía el enfrentamiento decisivo directo. En otras palabras, que la pierna del conflicto tenía que caminar con la pierna de la mediación. Esta es la otra política, la subjetividad de las instituciones, la presencia de la forma-Estado, la función del partido. Luego, tuve la suerte de encontrarme en el camino –y fue como un flechazo amoroso– con la tradición del realismo político moderno, del gran pensamiento conservador, de la cultura de la crisis antiilustrada. Me sirvió tanto como me sirvió no solo el conocimiento, sino, en este caso, la pertenencia a la larga historia subversiva de las clases subalternas. En mi bagaje, Oliver Cromwell y Thomas Müntzer encajan muy bien juntos. ¿Cómo se hace, si no, para pasar de clase subalterna a clase dominante? Lo sé, es complicado de entender. Pero qué le voy a hacer, no puedo renunciar a pensar para hacerme entender.

A los explotados, a los vulnerables, a los inquietos y a los indóciles con los que te encontraste y te preguntaron cómo se hace para conseguir una oportunidad revolucionaria en el desierto, ¿qué les respondiste y cómo les responderías?

Es la pregunta más difícil. Porque me atrapa en una falta personal, diría que existencial. La denomino bíblicamente “la espina en la carne”. Lo he dicho, está ahí, en escribir demasiado, en pensar demasiado y en hacer, actuar, organizar demasiado poco: lo que reconozco que es una grave limitación de mi ya largo pasado político. No me queda mucho tiempo para responder. Estoy concentrado en cómo responder hoy: sabiendo que hoy la respuesta es mucho más complicada que ayer y, sobre todo, que anteayer. Y no sé si queda todavía espacio. Es cierto que estamos en el desierto, pero porque “han hecho el desierto y lo han llamado paz”.

¿Querés enunciar aquí, para uso de nuestras y las futuras generaciones, tus tesis sobre la política?

Intentémoslo, con todas las incógnitas que ello conlleva. Busco pensar en algunas reglas, generales, clásicas. En mi odio por lo posmoderno, muchas veces me refugio en las categorías clásicas: me ayudan mucho más, al menos para comprender. Habrá que probar si también sirven para actuar. Si la historia no terminó, entonces lo antiguo vuelve. Por lo tanto, en términos de Tesis: 1) La izquierda gubernamental dice y practica la cohesión social. Volver a poner en el centro, por el contrario, el conflicto social. 2) El conflicto debe ser organizado, sindicalmente, políticamente. Trabajar en una nueva forma de partido/movimiento, que garantice radicalidad, pero también duración. 3) Encontrar una vacuna que permita derrotar de una vez por todas la epidemia de alta difusión de la antipolítica. Para combatir sus efectos ya no basta con los barbijos, hay que intervenir sobre la cepa original, que debe ser ubicada y atacada en el fin, consumado y pretendido, de la política/proyecto/pasión/vocación. 4) Recuperar la memoria de las luchas, como principio educativo, pedagógico, dirigido a las nuevas generaciones. Basta ya de demonizar el siglo XX, dejemos en paz al gran y al pequeño siglo XX, ¡ojalá ahora tengamos la suerte de un nuevo 68! La feroz reacción anti siglo XX ha sido base fundacional de la era de la Restauración que estamos viviendo desde finales de los años ochenta hasta ahora. 5) No el recitado de la letanía: “las mujeres y los jóvenes”, sino el acto de voluntad: diferencia y militancia. 6) Ernesto Laclau nos indicaba: construir el pueblo. Junto a ello, construir nuevas clases dirigentes, reconstruir un puente de mando, asegurar una dirección a los procesos con fuerzas frescas, en términos intelectuales y prácticos. 7) Mirar al mundo. Estudiar, practicar, interiorizar la geopolítica. ¡Basta de soberanismo! Lucha de liberación de Europa del atlantismo. Consigna: ¡Europa liberada! Puente autónomo de civilización entre Occidente y Oriente, entre el norte y el sur del mundo. Y luego hay otra...

¿Cuál?

Es la última, pero no tiene número porque la guardo para mí, la utopía/profecía, a la que dedicar mis últimos pensamientos: libertad comunista contra democracia burguesa. Y seguramente falte más de una cosa. Ya se agotó el espacio del periódico. Por favor, siéntanse libres ustedes de agregar lo que crean necesario.


Filósofo y político, nacido en Roma en 1931, Mario Tronti fue militante del Partido Comunista Italiano (PCI) durante los años cincuenta. En 1961 estuvo entre los fundadores, con Raniero Panzieri, de la revista Quaderni Rossi [Cuadernos rojos], de la cual se distanció en 1963 para fundar, junto con Alberto Asor Rosa y Toni Negri, Classe Operaia [Clase obrera], publicación central del llamado obrerismo italiano.

Interesado en la formulación de un pensamiento político renovador del marxismo tradicional, en 1966 sistematizó sus ideas iniciales en Operai e capitale [Obreros y capital]. En los años siguientes, en discusión con Negri y otros obreristas que formarían en los años setenta el movimiento extraparlamentario Autonomia Operaia [Autonomía Obrera], Tronti comenzó a reflexionar sobre las problemáticas de la dirección y la mediación política, para dar forma a la teorización acerca de lo que dio en llamar “la autonomía de lo político”.

Volcado a la enseñanza de filosofía en la universidad, a comienzos de la década de 1980 fundó la revista Laboratorio político y volvió a acercarse al PCI, el cual lo reintegró como dirigente y parte de su comité central. En 1992 fue electo senador por el Partido Democrático de la Izquierda (PDS), continuidad del PCI tras la caída del Muro de Berlín y la disolución del bloque soviético. Reacio a las derivas poscomunistas y socialdemócratas del partido desde mediados de los años noventa, y tras haber dejado la docencia universitaria, sus reflexiones se orientaron al fin de la política moderna y la crítica de la democracia. No obstante, en 2013 Tronti fue nuevamente electo Senador italiano por el Partido Democrático (PD), cargo que ocupó hasta 2018. Falleció en 2023, a los 92 años.

Entre sus publicaciones se cuentan, además de Obreros y capital (1975, con ediciones en castellano de Akal, 2001, y Verso, 2024), Hegel politico (1975); Sull'autonomia del político (1977) [La autonomía de lo político, Prometeo, 2019]; Il tempo della política [El tiempo de la política] (1980); Berlinguer. Il Principe disarmato [Berlinguer. El Príncipe desarmado (1994); La politica al tramonto [La política en el crepúsculo] (1994, 2024); Cenni di Castella [Pistas de Castella] (2001); Non si può accettare [No se puede aceptar] (2009); Noi operaisti [Nosotros, obreristas] (2009); Dall’estremo possibile [El extremo posible] (2011); Per la critica del presente [Para la crítica del presente] (2013). Dello spirito libero [Sobre el espíritu libre] (2015), La política contra la historia (Traficantes de Sueños, 2016), La saggezza della lotta [La sabiduría de la lucha] (2022).

Roberto Ciccarelli nació en 1973 en Bari. Filósofo y periodista, escribe para Il Manifesto. Publicó, entre otros libros, Immanenza. Filosofia, diritto e politica della vita dal XIX al XX secolo [Inmanencia. Filosofía, derecho y política de la vida del siglo XIX al XX] (2009); La furia dei cervelli [La furia de los cerebros] (con Giuseppe Allegri, 2011); 2035. Fuga dal precariato [2035. Fuga del precariado] (2011); Il Quinto Stato [El Quinto Estado] (con Giuseppe Allegri, 2013); Forza lavoro. Il lato oscuro della rivoluzione digitale [Fuerza de trabajo. El lado oscuro de la revolución digital] (2018); Capitale disumano. La vita in alternanza scuola-lavoro [Capital inhumano. La vida en la alternancia escuela-trabajo] (2018); Una vita liberata. Oltre l'apocalisse capitalista [Una vida liberada. Más allá del apocalipsis capitalista] (2022); L’odio dei poveri [El odio de los pobres] (2023).