“Reclutar y expandir”: el “corolario Trump” a la doctrina Monroe

La Estrategia de Seguridad Nacional estadounidense, en foco • Por Sandro Mezzadra

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John Samuel Pughe, His foresight [Su clarividencia] (1901)

John Samuel Pughe, His foresight [Su clarividencia] (1901) (Debajo del título, la viñeta original dice: “EUROPA: ¡No sos el único gallo en Sudamérica! TÍO SAM: ¡Era consciente de eso cuando te enjaulé!”)

Original en italiano: Euronomade, diciembre de 2025 • Traducción: Dazi Bao

Donald Trump parece tener una verdadera pasión por el momento imperialista de la historia de Estados Unidos. En su discurso de toma de posesión citó a William McKinley, campeón de los aranceles y presidente que condujo el país a la guerra hispano-estadounidense. Con esa guerra, Estados Unidos estableció un protectorado de facto sobre Cuba y adquirió el control de Puerto Rico, Guam y Filipinas (mientras que, en 1898, el año de inicio de la guerra, McKinley firmó el acta de anexión de Hawái). Ahora, en la Estrategia de Seguridad Nacional de su segundo mandato, Trump añade un nuevo “corolario” a la doctrina Monroe de 1823, refiriéndose implícitamente a Theodore Roosevelt, cuyo corolario de 1904 había sancionado el giro intervencionista de esa misma doctrina.

Comprensiblemente, el debate sobre el documento estratégico de la administración Trump se ha centrado en nuestras latitudes en las partes relativas a Europa. Sin embargo, hay que recordar que estos documentos deben ser leídos con la necesaria cautela: se trata fundamentalmente de manifiestos, en los que la retórica suele prevalecer sobre el proclamado “realismo”. En este caso, además, la espera más larga de lo previsto y los rumores sobre la existencia de varias versiones del documento han llevado a muchos observadores a insistir en las supuestas divergencias al interior de la administración. Dicho esto, la estrategia de seguridad nacional publicada a finales de noviembre es un texto instructivo para cualquiera que quiera comprender la dirección y los objetivos de la política internacional de la segunda presidencia de Trump. Y, en este sentido, la parte dedicada al “hemisferio occidental” resulta particularmente interesante.

Sin embargo, es necesario decir algunas palabras sobre el marco delineado por el documento. A pesar de la retórica sobre la grandeza y la primacía estadounidense, aquí se reconoce lo que en los últimos años hemos descrito, con un lenguaje diferente, como crisis de la hegemonía global de Estados Unidos: el error de las élites tras el fin de la Guerra Fría, se lee al principio del texto, fue pensar que “el dominio permanente sobre el mundo entero redundaba en interés de nuestro país”. Por el contrario, ha llegado el momento de reconocer que “no todos los países, regiones, temas o causas, por muy nobles que sean, pueden ser el centro de la estrategia estadounidense”. Se trata, por consiguiente, de definir un enfoque selectivo, orientado por prioridades precisas y capaz de dejar de lado el “globalismo” en el momento mismo en que reconoce la imposibilidad del “aislacionismo”: utilizando de nuevo un lenguaje diferente, el objetivo parece ser rediseñar los espacios de la proyección de la potencia estadounidense (política y económica) en el mundo. Deberán ser grandes espacios, pero no coincidentes con el globo y con el mercado mundial en toda su extensión.

De estos espacios forma parte, sin dudas, el “hemisferio occidental”, y el “corolario Trump” a la doctrina Monroe se propone inaugurar una nueva etapa de protagonismo estadounidense en el Caribe y en América Latina. El despliegue naval frente a las costas de Venezuela, los asesinatos extrajudiciales justificados con la guerra contra las drogas, las presiones sobre el Gobierno colombiano del presidente Petro, las intervenciones a favor de Bolsonaro en Brasil y, sobre todo, el decisivo apoyo a Milei en Argentina prefiguran los rasgos fundamentales de este nuevo protagonismo. Si a principios de siglo el compromiso militar de Estados Unidos en Afganistán e Irak había abierto en cierto modo los espacios en los que –impulsados por formidables movimientos sociales– habían surgido los “nuevos gobiernos progresistas” en la región, ahora la alineación con la administración Trump es presentada como el criterio fundamental alrededor del cual reorganizar los equilibrios políticos latinoamericanos.

En el documento se indica expresamente como objetivo a perseguir una reorganización de la presencia militar estadounidense en el “hemisferio occidental”. Sin embargo, el “corolario Trump” a la doctrina Monroe se expresa en términos más generales, según la lógica de “reclutar y expandir” (Enlist and Expand) el círculo de los socios confiables. En la estrategia de Trump, “estabilidad y seguridad” van de la mano con la apertura de nuevos ámbitos de cooperación comercial y –en términos generales– económica, con el objetivo prioritario de “reforzar las cadenas de suministro crítico” relacionadas con la industria extractiva.

El énfasis en el control de las fronteras, la lucha contra la migración y contra las drogas es suficiente para delinear un ideal de reorganización del “hemisferio occidental” según la lógica en última instancia militar del bloqueo, con la proliferación de regímenes de guerra para proteger los “negocios”. La perspectiva de una profundización y una mayor expansión del extractivismo contribuye a indicar como necesario, según la doctrina de Trump, un giro autoritario que cierre los espacios de expresión de los movimientos sociales e imponga nuevas formas de disciplinamiento violento de las formas de vida insubordinadas que, en los últimos años, han dado cuerpo a las luchas transfeministas, indígenas y ambientales a escala regional. El arraigo de estos movimientos, de estas luchas y de estas formas de vida en las sociedades latinoamericanas constituye el primer obstáculo que se interpone en los objetivos de la administración estadounidense.

La importancia asignada al “hemisferio occidental” en la estrategia de seguridad nacional no está en absoluto desvinculada del marco más general de la competencia con China. Por el contrario, el documento insiste en que “competidores extrahemisféricos han logrado avances significativos en nuestro hemisferio” y considera que la ausencia de una “respuesta seria” es otro “gran error estratégico estadounidense de las últimas décadas”. La referencia a China, sin ser mencionada, es transparente, y se vuelve aún más explícita cuando se afirma que Estados Unidos debería “hacer todos los esfuerzos para expulsar a las empresas extranjeras que construyen infraestructuras en la región”.

En efecto, el gran crecimiento de la presencia china en América Latina se ha producido principalmente mediante la construcción de grandes infraestructuras estratégicas (ferrocarriles, carreteras, redes energéticas), de las que el gran puerto peruano de Chancay, desarrollado y financiado por el conglomerado estatal chino COSCO Shipping Ports, constituye un ejemplo perfecto. Inaugurado el año pasado, el puerto de Chancay abre nuevas rutas para el tráfico a través del Pacífico, reduciendo significativamente los tiempos de tránsito entre América Latina y Asia. También a propósito de la presencia china, aunque de manera totalmente diferente respecto de los movimientos y las luchas sociales, se puede hablar de un arraigo infraestructural y, en términos más generales, de una espacialidad económica (capitalista) que no coincide con la espacialidad (geo)política. El documento de doctrina estratégica de la segunda administración Trump reconoce que “la influencia extranjera será difícil de revertir en ciertos casos”, pero atribuye esta circunstancia a las afinidades políticas de algunos gobiernos latinoamericanos con “actores extranjeros”: sin embargo, como demuestra el ejemplo del puerto de Chancay (Perú, salvo el breve paréntesis de la presidencia de Castillo, ha tenido siempre gobiernos liberales y autoritarios), no parece ser esta la lógica de las inversiones chinas.

He aquí, pues, un segundo límite al que se enfrenta la doctrina Trump en el “hemisferio occidental”. ¿Puede este límite ser superado? Es difícil, al menos a corto plazo, que esto ocurra a través de la competencia económica. Cabe preguntarse, pues, si la referencia inicial al momento imperialista de la historia estadounidense no autoriza la hipótesis de que la guerra –en las formas múltiples, híbridas y no convencionales que hoy adopta– pueda considerarse el instrumento para forzar la alineación de América Latina con el bloque que Trump aspira a formar y liderar. La imponente operación militar contra Venezuela adquiriría en este sentido un significado de carácter general. El “presidente de la Paz”, como lo define la propia estrategia de seguridad nacional, estaría sentando las bases para nuevas guerras (ciertamente no limitadas a América Latina), por lo cual invoca una “movilización nacional” con el objetivo de modernizar y potenciar los sistemas de armamento, defensa y ataque. Huelga decir que esta movilización no podrá sino tener como protagonistas a empresas como las grandes plataformas de infraestructura, cuyas tendencias a la construcción de monopolios parecen cumplir otro de los presupuestos de las teorías clásicas del imperialismo.

Enfocadas a través de la lente del “hemisferio occidental”, la guerra y el imperialismo aparecen como tendencias en marcha, aunque no sin oposición y, de hecho, destinadas a chocar con potentes límites, a los que hay que añadir al menos el hecho de que en los propios Estados Unidos existen intereses y movimientos que las rechazan. También para nosotros, en Europa, es bueno ser conscientes de lo que está en juego en la coyuntura actual, que la doctrina Trump ilumina con una luz siniestra. En este sentido, la estrategia que hemos definido en términos de construcción de un bloque parece pasar por la descomposición de la Unión Europea, en una lógica de “reclutamiento y expansión” que apunta a incluir de manera subordinada a países individuales, por medio de un giro autoritario, la restauración de una supuesta “civilización” patriarcal y reaccionaria y una militarización que –en condiciones diferentes– resuenan con todo lo que se ha dicho a propósito de América Latina. Solo el rechazo masivo de esta perspectiva, en Europa y en otras partes del mundo, puede abrir vías de fuga de la pesadilla carcelaria de un mundo dividido en bloques, donde las lógicas del capital y de la guerra aparecen cada vez más estrechamente enlazadas.


Sandro Mezzadra es politólogo e investigador, doctor en Historia de Ideas Políticas de la Universidad de Turín. Enfocado en las relaciones entre procesos globales, migraciones y capitalismo, y en la crítica poscolonial, participó en distintas experiencias ligadas a centros sociales italianos y a proyectos de autoorganización de personas migrantes en Europa. Enseña Filosofía Política en la Universidad de Bolonia y es uno de los fundadores del sitio https://www.euronomade.info/.

Entre sus libros publicados en castellano, se encuentran Derecho de fuga. Migraciones, ciudadanía, globalización (Traficantes de Sueños, 2005); La cocina de Marx. El sujeto y su producción (Tinta Limón, 2014); La frontera como método (con Brett Neilson) (Tinta Limón, 2016 / Traficantes de Sueños, 2017); Clase y diversidad. Sin trampas (con Mario Neumann) (Katakrak, 2019).