Innovación tecnológica y educación sentimental

La máquina informática y sus impactos • Por Franco Piperno

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El Lissitsky - El hombre nuevo (1923)

El Lissitsky, El hombre nuevo (1923)

Original en italiano en: Machina Rivista, enero de 2025 / Traducción: Dazi Bao

[Introducción de la publicación original] Para recordar a Franco Piperno, publicamos uno de sus maravillosos escritos, extraído de Sentimenti dell’aldiqua [Sentimientos del más acá] (nueva edición: DeriveApprodi, 2023). En este texto, Franco analiza con profunda lucidez los cambios que la informática ha impuesto al conocimiento, a las capacidades cognitivas humanas, a las formas de pensar y comunicarse. Un proceso que no debe vivirse con nostalgia hacia una supuesta naturaleza humana inmutable, sino con el deseo de “atreverse a estipular un nuevo significado de la palabra trabajo, otro calendario, un tiempo colectivo diferente”.

Marx y Turing

Si, por diversión, para sacudirnos el tedio de la derrota, eligiéramos el “Fragmento sobre las máquinas” de Marx como un pasaje bíblico, un lugar en el cual la palabra resuena profética, entonces el comentario adecuado de ese texto sería una exposición concisa de la teoría de los autómatas, es decir, la descripción, a grandes rasgos, de la máquina general de Turing. La aplicación de la máquina informática al proceso productivo confiere a este último el carácter de la ciencia natural, de proceso natural reproducido científicamente; y, al mismo tiempo, reduce el trabajo del cuerpo humano, el trabajo vivo, a un simple elemento de este proceso: el órgano consciente, la observación orientada a evitar la interrupción. Marx, en el “Fragmento…”, avanza la conjetura de que la aplicación sistemática del conocimiento técnico-científico a la producción habría logrado liberar al obrero de la fábrica, haciendo así vano medir la riqueza con el tiempo de trabajo humano. Las cosas no han sido exactamente así. La jornada laboral continúa gobernando las relaciones industriales y la distribución de la renta; con el resultado paradójico de arrojar al abismo del no-trabajo una gran variedad de actividades humanas. Para la economía, para la mentalidad económica, el tiempo de trabajo humano sigue siendo la base exigua sobre la que se sustenta la riqueza social. Sin embargo, si se conservan los conceptos y definiciones de la mentalidad económica, esa liberación del trabajo humano de la fábrica, vislumbrada por Marx y que se está llevando a cabo ante los ojos de todos, parece promover una conmoción de los afectos y los sentimientos comunes, una dislocación diferente del sentido común, un cambio semántico de palabras clave para la vida cotidiana: palabras como tiempo, verdad, memoria, etc.

La extinción del tiempo

La máquina informática tiene un tiempo característico que resulta irrepresentable para la condición humana, entendida antropológicamente. El tiempo característico es, en este caso, el intervalo temporal más corto, es decir, la velocidad más alta atribuible iterativamente a los procesos físicos de la máquina. Ahora bien, el tiempo característico de la máquina informática se aproxima al tiempo cósmico límite, al tiempo óptico, al tiempo marcado por la velocidad de la luz. El segundo tiene, para esta máquina, una duración propiamente desmesurada. El día, la unidad de tiempo propia del movimiento gravitatorio de la Tierra, se ha convertido en un tiempo casi infinito, mágicamente largo. Si consideramos la relación entre el tiempo humano y tiempo de la máquina a lo largo del desarrollo técnico, constatamos fácilmente la diferencia que separa a la computadora tanto de la palanca como del reloj.

Mientras la máquina es una herramienta de trabajo, un instrumento producido por la mano del hombre, sigue el ritmo del cuerpo humano: cuerpo e instrumento avanzan sincronizados, no hay ningún movimiento autónomo de la máquina, de modo que el reino de lo artificial se conforma con el tiempo conferido por el hombre.

Cuando la herramienta es intervenida por el reloj, con su tiempo mecánico característico, el cuerpo del hombre experimenta la extraña sensación de estar sincronizado con el ritmo de la máquina: el tiempo de la máquina anida en el cuerpo del obrero –pensemos en Tiempos modernos, de Chaplin. Por último, la llegada de la computadora introduce un tiempo que escapa a la posibilidad misma de la experiencia: la máquina puede realizar y escribir cálculos en un tiempo tan corto que ni siquiera puede ser pensado. La máquina informática reduce el trabajo a cálculo; y lo hace con una rapidez tan vertiginosa que en pocas horas hace posible lo que antes requería un siglo.

Esta gigantesca dilatación del presente saca de quicio la mentalidad temporal moderna, la máquina psíquica estructurada sobre la tríada pasado-presente-futuro. El tiempo se revela como una convención lingüística, una construcción verbal, no una cualidad de lo real. Este desencanto autoriza una nueva libertad social: la libertad de redefinir el tiempo, de cambiar el significado de la palabra tiempo.

Por otro lado, desde un punto de vista epistemológico, la máquina informática realiza el espíritu de la modernidad y, por lo tanto, agota su tiempo.

La facultad específicamente humana de producir y reproducir lenguajes matemáticos ahora pertenece también a la máquina, hasta el punto de que los límites del saber matemático coinciden con los límites de la máquina informática. Así, la matematización del mundo se ha completado: lo que se puede decir en forma matemática coincide con todo lo que la máquina dice actualmente o potencialmente. Este cumplimiento definitivo no marca ciertamente el fin de la técnica, sino el redimensionamiento de una ideología de la técnica: el mito matemático de la técnica, las matemáticas como garantía de verdad de la técnica. A esta culminación extrema, a este tocar el límite, corresponde un salto en la conciencia humana, un modo diferente de concebir la relación entre ser humano y naturaleza. A modo de ejemplo: precisamente porque hacer matemáticas es un atributo de la máquina, en la representación de la naturaleza podemos abandonar las matemáticas al olvido, podemos olvidar las matemáticas.

Hablar, escribir, buscar el sentido

La máquina informática, al igual que la escritura, es una tecnología intelectual. Su llegada puede compararse precisamente con el paso de la cultura oral a la escritura.

Vale la pena recordar que el pensamiento llamado lógico corresponde a una mentalidad relativamente reciente, moldeada por la escritura alfabética y el canon de aprendizaje que esta conlleva. La investigación antropológica muestra, con gran claridad, cómo los hablantes de cultura escrita tienden a pensar por categorías, mientras que los de cultura oral tienden a pensar por situaciones.

El alfabeto y la escritura fonética han sido las condiciones que permitieron el desarrollo del pensamiento racional: al pasar de la ideografía al alfabeto y luego de la caligrafía a la imprenta, la obsesión mnemotécnica de la cultura oral pierde su sentido y la narración deja de ser hegemónica sobre el saber transmisible. En Hesíodo, la justicia es una persona que actúa, se apasiona y sufre; en Platón, es un concepto. Los personajes y héroes de la cultura oral, protagonistas de aventuras míticas, son traducidos por la escritura como ideas o principios.

Huelga decir que la aparición de la palabra alfabética no desplaza a la palabra sonora, sino que se limita a cambiar su estatus. La oralidad primaria remite a la centralidad de la palabra sonora antes de que la comunidad adopte la escritura; la oralidad secundaria reduce la palabra sonora a un complemento de la escrita. Así, por ejemplo, la poesía y el canto sobreviven en las culturas escritas; sin embargo, se ven mutiladas de su función mnemónica y enciclopédica, y se vuelven propiamente valores estéticos. En Occidente, el proceso de expansión de la cultura escrita llega a la paradoja al invadir el propio reino del sonido, la música. La música escrita es fuertemente innovadora, se despliega en una vertiginosa sucesión de estilos, totalmente extraña a la música de tradición oral. Esta dinámica es indisociable del relacionamiento del sonido con la escritura, ya que así la obra se identifica con la partitura, estructura de signos abstractos fijada de una vez por todas en el papel. ¿Y no es quizás paradójico que el sonido sea llamado “nota”, es decir, signo de escritura? La nota remite a un sistema convencional de representación visual de los sonidos. Desde el punto de vista epistemológico, sería un error confundir la música con la música escrita, análogo al de reducir el pensamiento a las reglas sintácticas de la escritura. Ciertamente, la prosa escrita no es un simple vehículo expresivo del pensamiento filosófico, jurídico, científico o político, desde el momento en que estos ámbitos culturales no preexisten a la escritura. De hecho, sin escritura no hay datación, ni listas de observación, ni tablas de cifras, ni códigos legislativos, ni sistemas filosóficos; y menos aún críticas de estos sistemas. Con la llegada de la escritura, la memoria se aparta tanto del individuo como de la comunidad. El saber es congelado en las palabras escritas: está ahí, disponible, consultable, comparable. Esta especie de memoria objetiva, muerta, impersonal, promueve una actitud, ya presente de manera marginal en la cultura oral, de búsqueda intelectual de la verdad. La objetivación de la memoria separa el conocimiento de la corporeidad individual o colectiva. El saber ya no es lo que nutre al ser humano, lo que lo constituye como parte de una determinada comunidad lingüística: se ha convertido en un objeto analizable, criticable, verificable. La exigencia de verdad, en el sentido moderno y crítico del término, es un efecto secundario de la necrosis parcial de la memoria corpórea, que tiene lugar cuando el saber es capturado por la red de signos tejida por la escritura. Y es nuevamente la escritura la que asegura la difusión de esos dos modos de conocimiento –la teoría y la hermenéutica– que se han convertido precisamente en “lugares comunes” de la cultura occidental. La teoría, como atestigua su etimología, significa visión, contemplación; se constituye como metáfora del ver, del conocimiento adquirido mediante el sentido de la vista, el sentido a través del cual se accede al texto escrito. La teoría es también la procesión, esa larga serie de signos alineados uno junto al otro que forman el texto. Así, en la literatura matemática, por ejemplo, en los Elementos de Euclides, una larga serie de teoremas sigue a unos pocos axiomas, como los griegos que acudían a las fiestas solemnes de Olimpia eran alineados detrás de sus sacerdotes y sus ídolos. El otro modo de conocimiento, el hermenéutico, aquel que busca el sentido, se construye como metáfora de la descifración de los signos, por analogía con la actividad adivinatoria. La búsqueda del sentido alcanza su apogeo en todas las civilizaciones de la escritura con la interpretación de los textos sagrados, tarea a la que se dedican, con furor también sagrado, generaciones de clérigos. No hay duda, por otra parte, de que tanto la teoría como la interpretación son modos de conocimiento conocidos por la oralidad primaria; pero solo con el desarrollo de la escritura adquieren un estatuto gnoseológico privilegiado, se vuelven un género mayor.

Pensemos en el libro: en la Grecia clásica debía leerse en voz alta en público o en compañía de uno mismo, porque solo resonando el texto se hacía realidad; en la época moderna, el libro ya no es mnemónico para el lector, sino que, por el contrario, el cuerpo y la voz humana proporcionan carácter a los pensamientos mudos, según el dicho de Schiller. Para los modernos, en la escritura se realiza directamente un pensamiento mudo que adquiere cuerpo y voz por medio de quien escribe.

La máquina informática difunde un tercer modo de conocimiento, distinto tanto de la teoría como de la hermenéutica: el conocimiento informático.

Una vez más, hay que tener cuidado con la ingenuidad de creer en lo absolutamente nuevo, de pensar que el conocimiento informático ha nacido hoy y de temer que este desplace de un solo golpe los modos clásicos de conocer. Lo que se está llevando a cabo es más bien una combinación diferente de las formas de conocimiento, un orden jerárquico diferente, que asigna a la informática el estatuto de conocimiento mayor, relegando a la teoría y a la interpretación a un rol subordinado, si no totalmente marginal. Así como la poesía, el canto y el relato han sido destronados de su posición de género máximo de conocimiento por la prosa teórica y el comentario interpretativo.

El conocimiento informático se distingue de los otros modos de conocimiento por su naturaleza operativa. Se trata, en realidad, de una doble naturaleza. La primera se debe a que la informática es una actividad de manipulación de un número discreto de signos según reglas operativas bien definidas; la segunda deriva de la propiedad de la máquina informática de almacenar información con fines operativos. El objetivo central del conocimiento informático no es la exhaustividad y la coherencia de los datos y los juicios sobre el mundo, sino la optimización de los procedimientos, ya sean de decisión, de diagnóstico, de gestión o de planificación. El conocimiento informático transforma sin parar sus procedimientos para que la acción pueda ser más eficaz y, sobre todo, más veloz. La primacía de la cultura operativa sobre la teoría y la interpretación se afirma mediante una redefinición desvalorizadora de estas por parte de aquella. Incluso las teorías matemáticas comienzan a ser consideradas en la comunidad científica como una actividad estético-decorativa: la praxis ordinaria de la investigación y del desarrollo científico se limita ahora, no sin satisfacción, a la simulación, a los modelos numéricos, a los “sistemas expertos” y a las bases de datos completas y actualizadas. Las teorías se degradan a trucos mnemotécnicos para facilitar el cálculo; trucos de los que uno puede liberarse cada vez que se construye un algoritmo capaz, aun sin proporcionar ninguna explicación, de permitir la predicción y la acción. El paradigma del cálculo, que ya ha invadido la biología, la psicología e incluso las ciencias sociales, redefine la teoría como una computación fallida, al igual que los saberes de las sociedades salvajes fueron redefinidos por los antropólogos del siglo pasado como teorías falsas o incoherentes, pese a que bajo ningún concepto eran teorías.

La memoria

La introducción de la máquina informática en la producción y en los servicios contribuye poderosamente al corrimiento semántico de otra palabra clave: la memoria.

A primera vista, se podría creer que la multiplicación desmesurada de las memorias informáticas, en forma de bases de datos, continúa el trabajo de acumulación y conservación del saber emprendido por la escritura. Se trata de un malentendido. Las bases de datos no recogen, en la mayoría de los casos, toda la verdad sobre una cuestión determinada, sino solo el conjunto de conocimientos que puede utilizar un cliente solvente. Casi dos tercios de la información acumulada en el mundo se refiere a datos estratégicos, económicos, comerciales y financieros ultraespecializados. El uso de la base de datos es ante todo operativo: obtener la información más fiable, lo antes posible, para tomar la decisión más eficaz. Los datos obsoletos son eliminados sistemáticamente, por lo que una base de datos es mucho menos una memoria que un espejo, lo más fiel posible en un momento determinado, de un mercado o una actividad especializada. Los “sistemas expertos”, que pueden considerarse bases de datos más complejas, capaces de extraer de forma autónoma conclusiones inéditas a partir de la información disponible, acentúan esta pérdida de significado de la palabra memoria. De hecho, estos sistemas no están concebidos para conservar los conocimientos técnicos de un experto, sino para evolucionar sin cesar, a partir del núcleo de conocimientos retomados del experto. El programa del “sistema experto” no se reescribe cada vez que este llega a una conclusión original, los lenguajes declarativos permiten enriquecer o modificar el sistema sin tener que empezar de cero. En cierta medida, el “sistema experto” mejora de forma autónoma su funcionamiento a medida que se va desarrollando su experiencia.

Aquí el saber ya no está congelado en la escritura, sino que, por el contrario, poseído por un movimiento incesante, cambia continuamente para estar siempre actualizado y listo para su uso. Aquí la memoria está tan confiada a los dispositivos automáticos, tan sujeta a manipulaciones y reelaboraciones, tan ajena a los cuerpos de los individuos y a las costumbres colectivas, que merece otro nombre, que asume otro significado.

En la cultura oral, la comunidad formaba un mismo cuerpo con la memoria, el saber estaba dedicado a la preservación de lo idéntico, a la transformación en sí mismo de lo inmutable. La semiobjetivación del recuerdo, que caracteriza a la civilización de la escritura, ha hecho posible la búsqueda de la verdad, es decir, la ciencia moderna. El conocimiento informático se libera así de la actividad humana de “recordar”; o, si se quiere, la memoria informática es un atributo tan propio de la máquina que la verdad puede dejar de ser el objetivo fundamental del conocimiento, en favor de la operatividad y de la velocidad.

La libertad colectiva de evocar significados

Transformando a las personas y a los héroes aventureros de la oralidad en conceptos, la civilización de la escritura había permitido el despliegue del pensamiento del ser. Moliendo en sus programas los conceptos concebidos por la escritura y usando la lógica como un motor, la máquina informática reabsorbe el pensamiento del ser en la pura aceleración. Sentimos colectivamente el ocaso de una cultura y el oscurecimiento de los modos de conocimiento que hemos aprendido a amar gracias a una larga educación. Sentimos igualmente la inutilidad de la resistencia. Las tecnologías informáticas han llegado para quedarse, y solo estamos al comienzo de una transformación del modo de comunicar y de pensar.

La magnitud de la transformación en curso es comparable a la invención de un cierto tipo de “discurso racional” entre los griegos. Se trata de un cambio de mentalidad análogo al que tuvo lugar en la sucesión entre oralidad y escritura. La comparación también debe entenderse como un recordatorio de la historicidad de nuestras formas de conocimiento: lo que ha nacido puede morir. Nuestra cultura ha resistido la desaparición de las mitologías vivientes del mundo oral y la aparición de la escritura; hoy resistimos con íntima angustia la llegada a nuestro universo intelectual de las tecnologías informáticas.

Para terminar sin concluir, conviene recordar que las características de la máquina informática desempeñan el papel de condiciones de posibilidad y no de determinaciones –es decir, que una nueva máquina siempre es compatible con una vieja tontería. Las transformaciones de mentalidad están correlacionadas con las innovaciones tecnológicas, pero no son causadas por ellas.

La máquina informática nos autoriza únicamente a reconocer la libertad humana colectiva de cambiar el significado de palabras que parecían ciertas para siempre; y cambiar las palabras quiere decir cambiar los sentimientos y las afecciones que ellas evocan: una libertad, esta, de la que es difícil hacer buen uso en caso de emergencia. Así, si bien es cierto que la máquina informática produce desocupación, ya que hace que el trabajo humano repetitivo sea absolutamente superfluo, es dudoso que ella sea la causa de la indigencia del desocupado, de su quedar por fuera del ritmo colectivo, de esa pérdida de comunicación que sigue a la exclusión del trabajo socialmente reconocido, por muy penoso y degradante que sea, de esa temporalidad tan privada que roza peligrosamente el tiempo caótico y asocial del sueño.

La indigencia del desocupado, la verdadera, el sufrir la libertad de disponer de su propio tiempo, tiene su origen en el deseo, o mejor dicho, en la ausencia de deseo, en la autointerdicción de atreverse a estipular un nuevo significado de la palabra trabajo, otro calendario, un tiempo colectivo diferente.

Físico académico e intelectual militante, Franco Piperno (1943-2025) comenzó como activista estudiantil en Roma en los años sesenta. Expulsado en 1967 del Partido Comunista Italiano, se convirtió en un exponente del marxismo obrerista, como fundador, junto con Toni Negri y Oreste Scalzone de la organización extraparlamentaria Potere Operaio y, al final de la década de 1970, como uno de los editores de la revista Metropoli. Perseguido, procesado, encarcelado y posteriormente refugiado en Francia durante los “años de plomo”, tras su regreso a Italia en 1990 se estableció en Cosenza, Calabria. Allí, entre muchas otras actividades, fue uno los fundadores de la emisora comunitaria Radio Ciroma, se desempeñó como asesor cultural de la comuna de Cosenza y protagonizó la concepción y creación del nuevo planetario de esa ciudad.

Fue profesor de Física de la Materia y de Astronomía Visual en la Universidad de Calabria. Autor de innumerables artículos, publicó los libros Elogio dello spirito pubblico meridionale. Genius loci e individuo sociale [Elogio del espíritu público meridional. Genius loci e individuo social] (Manifestolibri, 1997), Lo spettacolo cosmico. Scrivere il cielo: lezioni di astronomia visiva [El espectáculo cósmico. Escribir el cielo: lecciones de astronomía visual] (DeriveApprodi, 2007) y ‘68. L’anno che ritorna [1968. El año que retorna] (Rizzoli, 2008).