Paolo Virno, fotografía de Nora Porcu
Original en italiano en: il manifesto / Traducción: Dazi Bao
Reflexionar sobre el lenguaje coincide con reflexionar sobre la naturaleza humana, Paolo Virno no se cansaba de repetirlo. Es una afirmación simple y, al mismo tiempo, cargada de consecuencias teóricas y ético-políticas, como debería suceder con todas las afirmaciones genuinamente filosóficas. Lejos de ser la reposición descuidada de la idea tradicional que ve en el logos la esencia inmutable y ahistórica de lo humano, lo que nos situaría como por arte de magia más allá (y por encima) de los demás animales, es por el contrario el gesto filosófico que permite a Virno repensar y poner en crisis esa misma tradición. En la base hay un movimiento teórico igualmente fecundo: dejar finalmente de pensar al lenguaje como un objeto (una herramienta, un vehículo, un código o cualquier otra “cosa” o “concepto”) y tomar en serio la idea de que es nuestra forma de vida. O, lo que es lo mismo, tomarse en serio la invitación de Malinowski a dejar de pensar al lenguaje solo como un signo distintivo del pensamiento y verlo, en cambio, como un modo de la acción.
Tomarlo en serio significa aquí, entre otras cosas, no limitarse a la simple observación del hecho de que somos animales parlantes, sino saber extraer todas las consecuencias que se derivan de esta observación y luego, sobre todo, asumirlas, cueste lo que cueste. Solo de este modo el lenguaje se vuelve realmente el lugar para pensar la naturaleza humana sin olvidar el mundo y la historia. En este movimiento se basa lo que Virno llama –con una expresión aparentemente inocua, pero de alcance radicalmente innovador– antropología lingüística, que para mí es la piedra angular de sus enseñanzas.
Una antropología materialista
Esta indagación sobre el animal humano a partir de la facultad del lenguaje es, ante todo, para Virno, una antropología materialista que permanece “en sintonía con la teoría de la evolución” y, sin embargo, es “capaz de explicar el funcionamiento de las instituciones políticas o el significado de los ritos religiosos”, como se lee al comienzo de Y así sucesivamente, hasta el infinito. Lógica y antropología. Es una antropología que finalmente sabe dar cuenta de las oposiciones tradicionales –ante todo, la que existe entre biología e historia– que continúan asfixiando el debate filosófico.
La antropología lingüística es una indagación que se aparta de las afirmaciones genéricas de principio sobre la naturaleza lingüística del ser humano, que a menudo no son más que tautologías tranquilizadoras, y se adentra en el terreno de nuestras prácticas lingüísticas reales para mostrar qué implica efectivamente el ser vivo que tiene el logos. Esto significa ir a observar de cerca fenómenos lógico-lingüísticos particulares, tal vez aparentemente marginales, como el regreso al infinito, el chiste, la modalidad de lo posible, la negación, mostrando en cada caso su valor antropológico y transformándolos en lugares lógicos desde los que partir para comprender qué tipo de animales somos.
Desde esta perspectiva, lo que nos hace propiamente humanos no es entonces una genérica capacidad de hablar, sino el vínculo inesperado entre sintaxis y pulsiones, el interminable precipitarse de nuestros pensamientos y de nuestras pasiones en un camino hacia atrás cuyo ritmo está marcado por la fórmula “y así sucesivamente, hasta el infinito”. Lo que nos hace propiamente humanos es el poder decir “es posible que”, revelando así al mismo tiempo nuestro íntimo desapego y la capacidad de remediarlo con acciones innovadoras cuyo éxito, sin embargo, nunca está garantizado. Además, lo que nos hace propiamente humanos es nuestra capacidad de decir cómo no son las cosas, hasta la trágica posibilidad de no reconocer a nuestros semejantes, de pronunciar el gramaticalmente impecable y sin embargo desastroso enunciado “esto no es un hombre”.
La negación lingüística –a la que Virno dedica su Ensayo sobre la negación. Por una antropología lingüística– tiene la apariencia de una operación lógica banal entre otras, casi como si se tratara de la simple inserción de la palabrita no en una proposición cualquiera; y, por el contrario, es algo disruptivo, una operación totalmente diferente del simple gesto del rechazo o de la repulsión psicológica de la que también son capaces los animales no lingüísticos. “Mientras que el deseo taciturno de expulsar tiene su patria en determinadas circunstancias típicas, y está alimentado por motivaciones contingentes, la suspensión de la comprensión y de la benevolencia por parte del ‘no’ abre de par en par las puertas a una violencia apátrida, ubicua, polivalente”: una violencia total y únicamente humana.
Es entonces algo mucho más peligroso, de donde aflora sin dejar escapatoria la ambivalente potencia del lenguaje verbal. A diferencia de la agresividad prelingüística, que simplemente expulsa el objeto del rechazo, el enunciado negativo incluye en sí lo que rechaza, es más, consigue rechazarlo precisamente porque, al negarlo, lo contiene. Para poder negar algo, debemos ante todo decirlo, tal y como le ocurre al paciente de Freud que se apresura a negar que la mujer del sueño sea su madre. De este modo, la negación tiene un efecto de retroalimentación en nuestro mundo pulsional capaz de realizar lo que Virno llama suspensión sin sustitución, que no cancela la agresividad, sino que es capaz de remodelarla amplificándola o frenándola provisoriamente.
La palabra, veneno y antídoto
Por eso, la posibilidad de decir “no” es, a la vez, tanto la capacidad de arruinar la empatía prelingüística entre coespecíficos como la capacidad de restablecerla con una negación de la negación que, sin embargo, no nos devuelve en modo alguno al estado inicial y, por el contrario, nos expone una y otra vez a futuras fracturas. Virno se despide así de la idea, consoladora pero errónea, según la cual la palabra sería la alternativa tranquilizadora de la violencia, mostrándonos en cambio cómo es a la vez veneno y antídoto, arma blanca e hilo de sutura. “La esfera pública típicamente humana tiene la forma lógica de una negación de la negación. Es un ‘no’ antepuesto al sintagma latente ‘no hombre’”. Resultado tanto de la laceración como de su sutura, la esfera pública se asemeja así, en realidad, a una cicatriz que no puede ser removida.
El hecho es que reconocer el vínculo íntimo entre lógica y antropología y considerar el lenguaje como el lugar privilegiado para pensar la naturaleza humana no tiene nada de consolador ni de autoabsolutorio. Al contrario, nos enfrenta a nuestra naturaleza intrínsecamente peligrosa, en el doble sentido de ser animales perennemente en peligro y, al mismo tiempo, siempre fuente de peligro. El animal locuaz es, por esto mismo, un animal ambivalente.
Una vez más, a través del minucioso análisis de una palabra aparentemente inocente, y por el contrario fatal, Virno coloca ante nuestros ojos esta peligrosa e ineluctable ambivalencia de nuestra naturaleza.
La palabra en cuestión es el verbo tener, al que está dedicado el ensayo de 2020 Tener. Sobre la naturaleza del animal locuaz. Hermano menor del más afortunado verbo ser, tener está ligado al no como lo cóncavo a lo convexo. Es el verbo que señala el hiato insalvable que caracteriza al animal que habla, un animal constitutivamente excéntrico precisamente porque es el animal que tiene y no es su esencia. La relación que el tener instaura con lo que se tiene es siempre, inevitablemente, una relación asimétrica y extrínseca. Puedo tener algo únicamente en virtud del hecho de que no soy lo que tengo.
Es el lenguaje verbal el que nos impone esta relación de íntima ajenidad con todo lo que tenemos, incluido el cuerpo y nuestra propia vida. Y no es casualidad que seamos también los únicos animales capaces de cometer el gesto extremo del suicidio.
Hablar siempre implica un distanciamiento, un desapego constitutivo. La palabra nunca es la cosa a la que se refiere y un enunciado nunca coincide del todo con su fuerza ilocucionaria. El lenguaje mismo, como algo que tenemos, no escapa a este destino de ajenidad.
Sin embargo, esta relación de íntima ajenidad consigo mismo es también lo que abre el espacio de la amistad, un tema tan querido por Virno al punto de admitir –no sin una pizca de pudor disimulado por la ironía– que entre las razones que lo llevaron a ocuparse del verbo tener, “del rol eminente cumplido por este en la investigación sobre la naturaleza humana, seguramente no falta el deseo de comprender mejor la amistad que he nutrido por Valerio y Andrea y Lucio y Mario, y muchos otros”.
La amistad es posible, incluso necesaria, precisamente porque somos los animales que no son sino que tienen su esencia, animales siempre extranjeros a sí mismos.
Virno retoma así, declinándola de una manera nueva, la idea aristotélica según la cual el amigo “es otro sí mismo” y la amistad es una comunidad basada en el placer que se siente por el simple hecho de que el amigo exista, un placer que para el animal que habla se concreta “en el tener comunión de discursos y de pensamientos». Por eso, del amigo se ama el simple hecho de que viva, “el estilo inconfundible con el que se tropieza con los días, la obvia y, aun así, conmovedora capacidad de percibir y de pensar”.
Lo que mantiene unidos a los amigos, si y cuando por fortuna ocurre, no son semajanzas o diferencias específicas, sino “el estilo idiosincrásico, es decir, irreproducible, que dos animales humanos le dan a su alejamiento respecto a lo que son o hacen. El estilo puede consistir, por ejemplo, en la forma cínica o despreocupada o sublime que los phíloi confieren al existir fuera de sí, o sea, a esa posición excéntrica a la que están acostumbrados por el solo hecho de pertenecer a nuestra especie. Nunca vinculados por gustos e intereses y actividades, los amigos lo están, en cambio, por los ejercicios de estilo con los que modulan efectivamente el hiato que los mantiene apartados de sí mismos. El estilo sitúa y circunscribe el syzén, el vivir juntos de los amigos. Es más, solamente estilística es la tierra de nadie dibujada por el adverbio ‘juntos’”.
Ahora este hiato es irremediablemente más profundo. Nos faltará el estilo inconfundible del amigo Paolo, nos faltará la comunión de las conversaciones, conversaciones siempre acompañadas de sus manos grandes y generosas, casi como para recordarnos que si la palabra no se hace cuerpo, si la filosofía no se hace carne, no tiene esperanza de influir sobre el mundo.
Francesca Piazza es profesora titular de Filosofía y Teoría del Lenguaje en la Universidad de Palermo. Entre sus libros se encuentran Linguaggio, persuasione e verità. La retorica nel Novecento [Lenguaje, persuasión y verdad. La retórica en el siglo XX] (Carocci, 2004); La Retorica di Aristotele. Introduzione alla lettura [La Retórica de Aristóteles. Introducción a la lectura] (Carocci, 2008), y La parola e la spada. Violenza e linguaggio attraverso l'Iliade [La palabra y la espada. Violencia y lenguaje a través de la Ilíada] (il Mulino, 2019).